domingo, 27 de septiembre de 2009

Finis Philosophae

Inútilmente intentas perseguir un ideal, pero no te cansas de hacerlo...
Olvidas que todo sentido es vacío.
Olvidas que eres tú lo que encontrarás al final de cada búsqueda.
Temes abrir los ojos.
Rehuyes el abismo que se abre ante ti.
Crees que omitiéndolo, desaparecerá.
Interpretas, y sueñas que tu sueño es real.
La nada te sigue aterrando, el dolor es dolor de ausencias, de quimeras.
Lloras en la tumba del ídolo que tú mismo mataste.
Pues claro!! Si eres tú quien lo erigió...
Ya es suficiente, ya es hora de perseguir otra quimera;
pero ésta vez no olvides que es sólo un sueño!!
Finis philosophae...

domingo, 20 de septiembre de 2009

Un comentario a "La Secta del Fénix"

Lo más importante del texto que viene a continuación, es que requiere (previamente) haber leído la obra de J. L. Borges. Quizá parezca poco esforzado, redundante o vacuo, pero considero que hablar literariamente de la literatura es una forma sumamente singular de este género...

Adivinanza en fuga

Éste pequeño texto, que se encuentra casi al final de la publicación de Ficciones, es una muestra del juego que se puede realizar con los claroscuros de las descripciones: en él, Borges, se dedica a caracterizar una secta muy singular y milenaria, que posee como única distinción un ritual que es, a la vez, sagrado y trivial.
El autor comienza el relato de una manera enciclopédica, dándole un carácter formal y, en principio, precisable al secreto con el que va a jugar. Avanza a través de una serie de discusiones filológicas, y principia el doble movimiento de ocultar mostrando: la secta es llamada de una manera que sus propios integrantes no reconocen; el origen del nombre de la secta es posterior y ajeno a quienes la integran. Aparecen citas de autoridades que hacen desaparecer el momento exacto en que surge el misterioso culto.
Luego describe aquello que une a los miembros, apartándolos de los rasgos comunes de todas las religiones: no tienen nacionalidad, no tienen características étnica ni lengua en común; tampoco tienen una historia, una leyenda o un mito cosmgónico (aunque sugiere que en algún momento los hubo); por fin, no tienen enemigos doctrinales, pues la versatilidad de sus miembros ha hecho que se encuentren dispersos entre las filas de todos los bandos. A tal punto están indeterminados los miembros, ya bastante diferenciados, que sólo guardan la tradición de una liturgia que puede representar un castigo, un pacto, o un privilegio, según la versión del practicante.
Al pasar a las distinciones de iglesias, templos o lugares consagrados al milenario ritual, vuelve a alejar su objeto, a partir de describirlo: no hay templos; ningún lugar sagrado está consagrado a la práctica. Cualquier lugar es válido y, cuanto menos fastuoso, mejor. Los iniciadores tampoco escapan al doble juego: Borges elige que sean las personas menos favorecidas de la sociedad, o los niños, quienes se encarguen de los oficios.
En éste punto el autor ya ha revelado que la única unión entre los miembros de la particular secta es el ritual iniciático: nada los diferencia, salvo haber sido iniciados y el hecho de guardar el secreto de cómo iniciar a otros. Aquí comienza una nueva serie de paradojas: no tienen lenguaje propio, pero todo lenguaje hace alusión al ritual secreto (que es, a su vez, el secreto); el secreto es sagrado, pero también es confesamente ridículo y, sin embrago, no se abandona su culto; hay iniciados que no se sienten con el valor de llevar a cabo el ritual y son menospreciados por los demás, pero, maliciosamente agregado por el autor, éstos cobardes se menosprecian aún más; se tiene en mucha estima a los fieles que abandonan el culto, pero logran entrar en un contacto directo con la divinidad; y, por último, pero no menos importante, Borges, agrega (casi al pasar) que el secreto (que es a su vez el ritual) se ha vuelto instintivo en los fieles.
Así da fin al juego de ocultar describiendo. La naturaleza ambigua de la obra anula preguntas implícitas, del tipo: ¿cómo es posible que el iniciador reconozca al descendiente de un iniciado?, o ¿cuán extensa es la secta?
De todos modos, el autor, en el prólogo a la segunda parte de Ficciones, revela una pequeña pista para desentrañar el secreto del ritual: es un hecho común. El libro no es sino un gran círculo, que da vueltas escondiendo ese ritual iniciático (único secreto que posee para ocultar esa secta en la cual se entra) a través de delimitarlo y describirlo. Y ese círculo se cierra cuando pensamos que la práctica secreta es, justamente, transmitir un secreto.

domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Quién soy?


Poco importa ya la indiscreción abusiva del comienzo...
Miles de veces me he preguntado por mi propia naturaleza. Otras tantas he abjurado de ella: en la mayoría de las ocasiones, porque la misma reflexión me llevó a detestarme. Así todo, es una idea torturante que me asalta cada vez que puede y retorna diferente, siempre la misma. Sin embargo, cada vez que logro acostumbrarme a una respuesta, la pregunta se rehace y yo vuelvo a sentirme incómodo. No desarrollé un método ni una respuesta para encauzarla: cada nueva aparición logra vencer la frágil resistencia de los endebles bastiones en los cuales quise refugiarme.
Han sido muchas las definiciones que ensayé y ninguna es convincente. Podría decirse que la más conveniente (sólo por ser de una generalidad absurda y poco comprometida) de las interpretaciones sobre mi propia naturaleza me determina como la coexistencia de todas mis manifestaciones. Pero... ¿Por qué son tan contradictorias entre sí? ¿Acaso no es suficiente con la que no pueda definirme? ¿O es que, atacado por un racionalismo extremo, temo desaparecer refutando mi propia existencia, por contradictoria?
El mero hecho de respirar parece desafiar ese idealismo. No obstante, mi conciencia me atormenta con el temor de la locura más violenta. Quizá no desaparezca físicamente, pero basta con enloquecer para afirmar que ese idealismo era tan destructivo como temía... Mas parece no caber otra cosa: cada vez que me encontré frente al dilema, mi alma (o, al menos, esa "parte" que solemos llamar "mi alma") emprendía viajes cuyo horror metafísico me ha parecido inenarrable; es un enorme esfuerzo soportarlo e intentar contar aquello que ha sucedido. Aquello que parece tan paradójico, el mero hecho de intentar describirlo, es producto de esa misma contradicción que veo transcurrir[me]. Siento que las palabras quedan escuetas al fin que me propongo y que, no importa cuantas acumule frente a mí, no sería posible aproximarse al objetivo. De ello, así todo, busco desesperadamente sacar algo en claro; entonces, llego a una singular formulación: soy el indescriptible, el inenarrable, el contradictorio, aquel cuyo contenido parece anularse en sí mismo por su propia naturaleza.
Parece atrevido e ilusorio querer describir aquello que, sin contenido, pretende darse una forma arbitraria. De todas maneras, creo que puedo aventurarme a una explicación. La misma se cifra en la actitud neta, clara e indiscutiblemente mediocre – sin ira, dicho sólo como medianía; como temor a todo límite –. Es el resultado del pánico por llevar hasta las últimas consecuencias una interpretación. Ya no importa si es la razón o la locura: su coherencia fulmina a quien no se atreva a sostenerla.
El temor es temor al ver en otro – y más que "ver en él", es "ver que él" – tiene la capacidad, la entereza o el aplomo de la irredemeabilidad necesarios para llegar hasta el fin; para mostrarnos la verdadera cara del valor que hemos elegido para nosotros. Es en ese momento cuando la crueldad se apodera de mí, y odio desenfrenadamente que pueda representar ese papel. Ni siquiera en ese momento puedo evitar decirme que, a su vez, es eso mismo aquello que ya quería; aquello que estaba buscando. Ni aún así puedo dejar de ser contradictorio y parece, entonces, que el valor por antonomasia fuese la coherencia...
Sin embargo, tampoco soy capaz de tolerar esa coherencia llevada a su límite último: me preocupa verla anticipada en su extremo desde el aquí y ahora. Y me cuesta tolerar la coherencia, porque – Oh, Paradoja! – entra en flagrante contradicción con el espíritu [usualmente] móvil, cambiante y contradictorio que veo en el ser humano.
¿Es deseable un momento superador de ésta dialéctica brutal que hunde cada extremo vivencial en su contrario? De algún modo entreveo una respuesta: esa tensión es el pulso mismo que anima mi existencia. Por lo tanto, superarlo es callarme, vindicarme, morir; no superarlo es sobredeterminarme, enloquecer de neurosis, vindicarme, morir... Tamaño subsuelo (en su sentido plenamente ambiguo que rescata el idioma alemán) me tocó ver. El de Dostoievsky, por lo menos, era oscuro; éste se manifiesta perfectamente visible en toda su desnuda inexistencia (o, más bien, en una existencia que amenaza constantemente en destuirse a sí misma en cada movimiento). Llega a ser terriblemente desconsolador contemplar la vastedad de la Nada.
Gran viaje! El puerto provisorio es la soledad existencial de verse reducido a naderías. Sin embargo, aún hay que soltar muchas amarras para poder enfilar hacia la – propia – libertad; aún hay que aprender el sentido vivo de la "necesidad" que dimana de un modo de ser que se ve a sí mismo como [no] siendo; y, por último, aún resta abismarme en aquello que [no] soy, y ensimismarme fuera de mí. Dicho de otro modo: todavía no me he interpretado (y, probablemente, cuando ese cierre suceda, sea el momento en que la contradicción de la conciencia decrete su propio fin).
Dejo (en un final tan indiscreto, abusivo y abrupto como el comienzo) el testimonio (o el intento de testimoniar) la última travesía realizada...

NOTA: supongo que se ha visto con claridad que el texto está inspirado por las influencias (y, por ello, dedicado a la memoria) de F. W. Nietzsche y F. M. Dostoievsky.