martes, 15 de diciembre de 2009

Casi como prefasio...

El fragmento lo escribí hace un tiempo, antes de leer "Rayuela"; lo corregí hace muy poco, después de leerla... Quizás no haya quedado tal como lo ideé en su momento, porque no consideré que las configuraciones de Word y del blog eran diferentes (no importa...). Además, se lo quiero dedicar a quien me dio ganas de publicar éste textito: Gracias Vane.

El Mundo de un Niño

Acaso pudiera desentrañarse el misterio de un mundo donde la magia aún es real; quizá sea capaz de cambiarse toda la ciencia y el saber por la alegría de crear un mundo a medida, que sería justo, por no conocer lo otro. Un mundo así sería imposible de narrar, porque no sabríamos cómo narrarlo; lo mejor que podemos hacer es describir ese lugar como lo haría un niño, mientras se lo apropia, juega con él, lo contempla, se aburre y lo deja tirado – justamente como a uno de sus juguetes, para pasar a otro que lo entretenga más -...
Es levantarse un día de vacaciones a la hora que más me gusta. No me acuerdo cuándo empezaron; Avanzo entre la oscuridad de un lugar poco conocido. Parece una jungla, y me da la impresión de que
no sé cuándo van a terminar. Es más... ¿No viví toda la vida de vacaciones? No importa; me hago pis... en cualquier momento pueden rodearme las fieras. Veo una... Me quedo quieto; la mido... Es rápido Voy al baño y, en el camino, se me aparece el gato. Michi, Michi, Michi... Lo acaricio y ronronea; sí, da vueltas y atigrado. Salta encima de mí y entablamos un combate feroz. La lucha se termina cuando ronronea, mueve la cola y se queda para que juegue; lo alzo, lo aprieto un poco, le sujeto las patas, gano. Veo como huye, después de tratar de comerme... Sabe que soy muchísmo más fuerte que él juego con él y se va por el pasillo... Me hago pis... Voy al baño. Cuando termino y tiro la cadena, el inodoro hace mucho ruido. Tengo hambre...
Salgo para la cocina. Camino y me molesta la luz del sol. Cierro los ojos, porque es muy, muy Grandes luces de colores giran por todos lados. Todo se ve muy blanco y hay un reflejo de costado. fuerte... Cuando llego a la cocina, mamá me alza, me da un beso y me muestra que ya preparó el desayuno. Gracias Mamita, qué rico el chocolate con leche... ¿Por qué preparaste tostadas con manteca? ¿Les puedo poner azúcar? Daaaale Mami... Sabés que me gustan más así... Estoy lleno. El desayuno estuvo muy rico y me voy a jugar. Mamá hace que me cambie antes de salir. Tengo que ponerme un pantalón. Es incómodo y Mamá me ayuda. Listo, ya está, ahora podés salir... Me voy al Entro a "boxes" buscando las piezas que me hacen falta para terminar el auto. La carrera está a punto patio y lo recorro por todos lados. Siempre busco una caja para poder jugar... No sé qué hacer... Junto de empezar, y tengo que dejar todo listo para poder correr. Ya las voy juntando y me dirijo hasta el unas tapitas que hay entre botellas vacías; también agarro un alambre. No encuentro una caja. Doy "Mach 5". Ajusto todo en su lugar, me subo al coche, y me preparo para la largada. Tengo el lugar más vueltas por el patio. ¡¡Ahí hay una caja!! Me meto adentro, le pongo las tapitas y el alambre, y ya más atrasado entre los rivales, pero sé que tengo que ganarles. Además tengo el mejor auto de todos... tengo preparado el juego.
Después de estar metido un rato jugando en la caja, siento un ruidito al costado. Miro, y nada... De Estoy rebasando un auto y, de golpe, siento ruidos raros. Se me ocurre que el motor está fallando, nuevo el ruido que se parece a raspar o rascar algo... De golpe, tengo al gato encima, queriendo haciéndome temer por mi continuidad de la carrera. Presto atención, y me doy cuenta de que el ruido meterse en la caja. Salta, se mete y me mordisquea jugando. Lo agarro, lo sacudo un poco, lo apretujo, viene de afuera. En ese momento, el tigre de ésta mañana salta encima del auto y trata de comerme de y me rasguña. Lo saco de un empellón, y las tapitas empiezan a volar tras su cabeza... Me molesto, nuevo. ¡¡Es imposible!! Si se supone que se había ido... No importa; vuelvo a pelearme con él para porque no pude terminar el juego... Salgo de la caja, y me voy para la parte de atrás de la casa. Hay echarlo del coche... ¡Ya estoy muy enojado, porque me hizo perder la carrera! Lo tiro de un empujón. mucho pasto. Es preferible jugar allá, porque parece que ese patio no se termina nunca. El portón queda muy, muy lejos. Hasta ahora no pude llegar al portón. El alambre donde está colgada la ropa tampoco me deja ver mucho más lejos.
Al lado de un árbol que sujeta un extremo del alambre (el otro está agarrado a la pared de la casa), Acabo de desembarcar en la isla donde dejé escondido el tesoro. No hice un mapa por temor a que estoy seguro de que dejé algo. Me acuerdo de haberme embarrado mucho esa vez; seguro que es una me roben el tesoro... Nunca, nunca, nuca van a saber dónde lo dejé... La isla donde enterré mi cofre lata. Si lo enterré al lado de ese árbol, es porque vale mucho. Pero no me acuerdo en qué parte del tiene muchos árboles; son todos muy parecidos y elegí uno para que disimule el pozo. Como recuerdo árbol lo enterré... Tengo que ir a ver si nadie me lo sacó. No, no me lo sacaron, porque la estaba muy ubicación a la perfección (tengo el mapa en la cabeza), la voy buscando a tientas... Debo sortear varios bien escondido. ¡A que ni se imaginan que la lata está al lado del árbol! Camino esquivando los obstáculos y trampas que fabriqué para evitar que alguien llegue hasta allá. Además, hay muchos hormigueros, porque las hormigas son rojas, chiquitas y pican muy, muy fuerte... Una vez me picaron animales peligrosos que pueden morder, picar y matar a quien caiga en su territorio. Por culpa de ellos y me estuve rascando mucho... ¡¡Hormigas malas!!
perdí una pierna y ahora uso está pata de palo...
Me agacho para sacar la lata. Pero no me acuerdo; sí, me acuerdo; no... ahí no estaba... ¿Dónde la Encuentro sin problemas el lugar que marca la "equis". Ya puedo sentir los doblones de oro entre mis dejé?... ¡¡Ah!! Sí... La lata estaba del otro lado, y la marqué con una piedrita encima. Empiezo a gastados dedos... No hay pala, no hay pico; no traje nada, para alivianar el viaje. En mi desesperación escarbar la tierra con las manos. Es mucha, mucha tierra. La tierra está negra y fría... Saco la lata y la empiezo a cavar con las manos. La avidez me impide parar o sentir cansancio y, al poco tiempo veo abro rápido. Controlo que esté todo lo que dejé. Inventario: cinco canicas de colores diferentes, dos coronadas las largas semanas en alta mar. ¡El cofre, el cofre! Un tesoro rebosante de oro, perlas, monedas de diez centavos, una tapa de una edición limitada de gaseosa y un destornillador chiquito, de diamantes... Una daga cuyo mango está engastado en zafiro y una corona digna de un rey... Jamás mango azul.
hombre alguno vio semejante tesoro. Mis manos tiemblan y mis ojos acarician deseosos la riqueza...
... Ahora que vuelvo a ver la lata, me doy cuenta que lo verdaderamente valioso es el recuerdo que abarca toda esa mañana. Tardé mucho en encontrarlo, porque cada imagen se oxidaba, se desdibujaba y decoloraba, entrando en una rutina alejada de semejante universo. Si me tomase más tiempo aún, no creo poder sacar más que éste recuerdo. Entonces, puedo volver a enterrar esa lata vieja, con cinco canicas, dos monedas de diez centavos, una tapa, un destornillador, un recuerdo y un final inexorable. Termino el recorrido por aquel lejano mundo que combina el hiper – realismo mágico con el idealismo más potente, donde todos los problemas se olvidaban a la vuelta de una esquina, y en un par de brazos maternales se olvidaba todo lo otro...

domingo, 6 de diciembre de 2009

Bendita Violencia

Una declinante tarde de domingo elegí pasear por un barrio que no conocía. Me encontraba cerca de un punto en el mapa entre Villa Pueyrredón y Villa Devoto. No recuerdo las razones por las cuales mis pasos me llevaron hasta ese sitio, pero sería ese momento de la tarde que preludiaba una noche deleznable. Estaba un poco hastiado de fatigar veredas que no conocía en pos de algo que me resultara llamativo: todo mi hallazgo fueron unas casas bajas con la promesa de una tranquilidad distante de la Ciudad...
Sin embargo, y para hacer honor a los pocos negocios que encontré abiertos, la cordialidad de todos era enorme, y su buena predisposición superaba con creces (casi podría haberse dicho que era un poco forzada) cualquier trato que me haya sido dado ver. Al principio los intercambios de cortesía me parecían naturales, pues consideraba que eso era simplemente "correcto". Mas, al pasar el tiempo, la candidez no disminuyó y las maneras no cambiaban. Sólo ahora, y quizás ese es el mayor problema de la reflexión, noto que debería haber pensado en lo extraño (llevado propiamente al paroxismo) de la amabilidad de esas personas. A pesar de ello, un dejo de extrañeza no me abandonó en ninguna de las diferentes charlas.
Orillaba la vía de algún tren, por una calle cuyo nombre (Gutenberg) me remitía a Europa y a unos sacerdotes alemanes comiendo papa y tomando cerveza, mientras imprimían la Biblia... Cuando noté que a mi izquierda se abría un camino que llevaba directo a una plaza. No estaría a más de dos cuadras y juzgué que atravesarla sería un buen argumento para mi caminata.
En el trayecto hacia la plaza (luego supe, por medio de una guía de calles, que se llamaba Plaza Arenales) solamente pude ver casas de familia, donde sus ocupantes estaban disponiéndose para una cena que se me antojaba temprana. Una vez en la esquina, y mirando el pequeño parque en diagonal, pude apreciar que el hospital Zubizarreta se encontraba en lo que ideé como la mitad de la base del cuadrado verde. Fue allí, con las tres cuartas partes de una errática diagonal recorrida, entre un par de árboles altos, me interpeló un sujeto muy curioso.
De pies a cabeza: zapatos de vestir negros, bien lustrados; un traje (negro también) de un corte que se revelaba hecho por un sastre y pulcramente planchado; camisa de seda blanca, con botones nacarados; un sombrero de hongo negro, por supuesto y un impermeable al cual no le veía utilidad en ese día. El cuadro lo cerraba un bastón laqueado que llevaba en la mano. Su andar era galante, y sus maneras se me hicieron antojadizamente corteses. Al momento de interpelarme, se acercó hacia mí con mucha cautela y dio inicio nuestra singular charla:
Él:- "Buenas tardes, señor."
Yo:- "Buenas tardes."
Él:- "Me presento: mi nombre es Joaquín, y me dispongo a sustraerle (contra su voluntad y las leyes) cualquier objeto de valor que ataña a mi interés."
A lo cual no pude menos que responder desconcertado:- "Y... dígame, por favor, Joaquín... ¿Qué me movería a permitírselo."
Su explicación me pareció una de las respuestas más ingeniosas que quepan concebirse para una situación semejante:- "Bueno, mi buen señor, eso es sencillo: en este singularísimo lugar se ha conseguido abolir la violencia del modo más efectivo y paradójico; a saber, cada acto que sea visto como violento es castigado con la peor brutalidad que imaginarse pueda y, para preservar las buenas costumbres, hacen otro tanto con la insolencia."
Cediendo a un impulso, decidí continuar el diálogo:- "Debo reconocer que me deja azorado, Joaquín, pero... ¿Por ventura hay, acaso, algún tipo de control que, en medio de éste parque, me evite ser descortés con usted, negarle su pedido y usar la fuerza?"
Joaquín:- "Oh, sí, estimadísimo caballero. No hay posibilidad de escapar al control de la Autoridad. Pareciera que se enteran por el sonido del viento..."
Yo:- "Ya veo... Sea, pues, y tome aquello que considere oportuno. Además, es difícil no acceder a tan considerado pedido."
Joaquín:- "Muchas gracias, noble varón. Lamento más haberle robado su tiempo que su dinero. Tenga usted, nuevamente, muy buenas tardes."
Yo:- "Buenas tardes, Joaquín. Que goce de una fructífera noche."
Seguí mi camino hasta la estación de Devoto. Como Joaquín no sacó ninguna de las monedas que llevaba aleatoriamente en mis bolsillos, pude tomar el tren. Conjeturé que la historia era demasiado inverosímil para la policía y que el hábil ladrón metafísico sólo se quedó con un poco de un tiempo que yo mismo ya creía perdido... El viaje se esfumó en medio de reflexiones sobre cómo desarrollar la trama de una historia inviable.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Otro final para el Quixote

Yacía Alonso Quijano sobre su cama. La fiebre y el dolor le dieron una tregua que lo transportó a un cálido sueño. Tras despertarse, nuestro héroe se sintió sano y fuerte como para levantarse del lecho y ataviarse en busca de una nueva aventura. Púsose los pertrechos y mandó a Sancho a ensillar a su buen Rosinante. Éste último, una vez que hubo cumplido su tarea, se dispuso a seguir a su repuesto amo en pos del honor, del oro y de la ínsula...
Acaso Don Quijote no lo notara, pero después de alejarse de su casa, camino a las afueras del pueblo, Sancho Panza lo seguía por un lado y un negro jinete lo seguía por el otro. Al trasponer la entrada de la ciudad, y dar media vuelta para una nueva despedida, el Caballero de la Triste Figura nota a quienes parecían seguirlo. El fiel escudero instó a su jumento a ponerse a la par de su amo, quien lo miró una benevolente sonrisa.
Por su parte, el parsimonioso caballero vestido y encapuchado de negro les da alcance a su momento y, al pasar junto a ellos, le pregunta a Don Quijote:
Encapuchado: - "¿Es Ud. Don Quijote de la Mancha, conocido como "El Caballero de la Triste Figura"?"
Don Quijote: - "Así es, noble señor... ¿Me permite conocer el nombre y alcurnia de quien desea saberlo?"
Encapuchado: -"Pero, oh Valiente Caballero, ya lo sabéis. Es más, has esperado este encuentro desde la primera vez que traspusiste estas puertas con la armadura puesta."
Don Quijote: -"Ya veo... Entonces, eres mi mortal y renombrado enemigo, aquel que no soporta el brillo de mis hazañas ni el valor de mi brazo."
Encapuchado: -"Así es. Vengo a retaros a un duelo, para probar que vos mentís y que no sois el más fuerte entre los caballeros andantes."
Don Quijote: -"Como me veo obligado a aceptar vuestro desafío, me veré obligado a haceros retractar de lo dicho, señor."
Encapuchado: -"En ese acaso, que sea aquí y ahora, y que toda la Mancha que os vio nacer sepa que su paladín fue caído a las puertas de su cuna."
Don Quijote: -"¡Sancho, detén mi brazo cuando esté por excederme con este hablador! ¡Y, por favor, da la orden para la justa más memorable que la historia de la caballería andante pueda registrar!"
Ambos, Don Quijote y el Caballero de Negro, espolearon sus monturas hasta que se vieron separados por una distancia que juzgaron la apropiada. El primero tomó su oxidada lanza y su viejo escudo, dispuesto a cargar con toda su furia apenas fuere dada la orden. El segundo, sin mostrar que la tranquilidad flaquease frente a tan temible adversario, se quitó la capa y la capucha que lo cubrían, e hizo relucir bajo el sol de la tarde una armadura cuya negrura hubiese opacado a la misma noche. El escudo y la lanza, de idénticas dignidades, no poseían distintivos que revelaran nombre, casa o alcurnia.
Sancho Panza empezó a temer por la suerte de su amo, al notar que el rival poseía mucha más compostura, y quiso instarlo a no entrar en combate. Mas la visible impaciencia del Caballero de la Triste Figura, y sus anteriores andanzas concluidas con la supervivencia de su señor, fueron sopesadas por el escudero como motivos suficientes para no contrariar los deseos de Don Quijote.
En cuanto la orden del escudero rasgo el cielo vespertino, ambos jinetes espolearon a sus corceles, que parecían volar, a pesar del peso de los pertrechos de guerra. Y, aunque el viejo Rocinante hizo su mejor carrera, y Don Quijote se sostuvo con una firmeza que hizo olvidar su anterior estado, el Caballero de Negro dio por tierra con él y con su cuarta salida de la ciudad. El golpe recibido por el Caballero de la Triste Figura fue letal, y no sólo para su orgullo...
Sancho, petrificado por el miedo, no se atrevía a acercarse a su amo. El Caballero de Negro, volviendo indemne, detuvo su corcel junto al caído y se desmontó. Llegando hasta el oído de nuestro maltrecho paladín, le susurró:
Caballero de Negro: -"Habéis triunfado, pues es el final que merece un varón poseedor de tanta nobleza."
Y Don Quijote, habiendo comprendido, dijo en voz alta:
Don Quijote: -"Oh, mi bella Dulcinea, muero con el semblante hacia Toboso, tu tierra, habiendo defendido orgulloso tu honor y tu belleza."
Tras éstos tristes acontecimientos, espiró el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, conocido como el Caballero de la Triste Figura, en el campo del honor y la verdad. Tras éstos tristes acontecimientos espiró Alonso Quijano, el Bueno, en su lecho, rodeado de familiares, amigos y un escribano frente al cual abominó de todos los libros de caballería...

domingo, 22 de noviembre de 2009

Confesión esteparia

Vanas vivencias que buscan desasirse de la conciencia;
buscas tu interés en una imposible [in]determinación.
Tristes palabras mellan una escapada difícil
e infieles pensamientos afloran
contradictorios, no queridos, infelizmente simultáneos.
Un viejo hombre tenía un raro zahir,
pero era un temor reverencial y admirante.
Quieres un enemigo, quieres una némesis:
al final, sólo quieres un poco de respeto.
¿Tan dostoievskiana se ha vuelto tu vida?
¿Tan ausente te encuentras en ti mismo,
que te escapas hacia ser infinitas máscaras?
Cada voz que te alcanza se ha vuelto hastío,
Cada color toma un tono frío.
Último camino, la actuación;
última senda, la mentira;
último ser, el hipócrita;
último fetiche, la vida [real].

domingo, 15 de noviembre de 2009

Aquel raro dios berkeliano

La obra del obispo Berkeley tiene una característica que resulta mucho más llamativa que la metafísica en ella expuesta (metafísica que, según Hume, es tanto más inútil, porque el absolutamente irrefutable). Él deduce la infinita bondad del Supremo Espíritu de la regularidad y la belleza de la Naturaleza. Sin embargo, se nos aparece como algo harto singular suponer que, porque hay belleza y regularidad, hay bondad (parece la inversión metodológica del axioma criminalístico "monstrum in fronte; monstrum in animus"); a ésta bondad, le suma la omnisapiensa y la omnipresencia.
El buen inglés nos dice que todos somos espíritus (almas) que sentimos en función de la capacidad de estímulo de otros espíritus. De la tesis anterior deriva que la regularidad, la intensidad y la belleza de nuestras percepciones deben (necesariamente) provenir de un Ser Supremo dotado de capacidades infinitas (porque la casualidad jamás podría tanto...). Como dijimos anteriormente, toda la construcción teórica berkeliana es absolutamente indemostrable; mas semejantes suposiciones arrastran una serie de consecuencias interesantes...
Primero, en virtud de la propia teoría que postula Berkeley, la omnipotencia es una característica que no es en absoluto necesaria para sostener su sistema: le basta con la idea algo más débil (y justamente por ello más rica) de un ser lo suficientemente poderoso como para estimular esas sensaciones en los seres espirituales. Entonces, en lugar de un Dios que todo lo puede, tenemos la posibilidad de postular un espíritu parcialmente potente, neurótico e irónico... ¿No es esto señal de que éste simpático paladín de la iglesia quería dominar el universo, creándolo a su imagen y semejanza?
Segundo, tanto la bondad como la maldad son cuestiones de apreciación desde un sistema de valores que ha sido prefijado. Por lo tanto, alguien debería haber dictado que existe EL sistema de valores inalterables que Dios habrá de seguir; una tabla de valores que posea esas características sólo podría haber sido escrita por Dios y, por lo tanto, sería fruto de su divina voluntad. Ahora bien, para poder ser sumamente bueno, según una idea que se poseía de cómo serlo, no se necesita la bondad absoluta, sino la coherencia absoluta... De ello se sigue que los seres humanos, además de no poder probar o refutar el sistema ontológico de Berkeley, tampoco podemos discutir su sistema ético: cualquier Dios que sea capaz de seguir sus propias ideas de lo que es bueno será, por definición, absolutamente bueno... Esto es tan lógico que, según parece, el Bien se sigue de la Madre Lógica. ¿Semejante consecuencia no es producto de una necesidad de control absoluta y "more geométrica", apoyada más en la Razón que en algún tipo de dios?
Tercero, la hipótesis del Dios Irónico o (como lo llamó un francés que meditó seis días fumando opio) un Genio Maligno no puede ser desplazada por un argumento de tipo solipsista (ya se apoye en un minucioso examen de nuestros sentidos, o de nuesrta razón). A partir de los criterios que propone Berkeley, se puede pensar que el Dios no es bondadoso, sino que es una criatura sumamente inteligente (y por ello está sumamente aburrido), y que su diversión ha sido crear espíritus a los cuales estimular con dosis ínfimas de belleza, para luego exaltar su dolor. Si bien el pensamiento es post – kafkiano y post – dostoievskiano, queda claro que la reducción de la fuerza y la bondad de ese Dios es, también, una reducción de la ingenuidad y de la pretensión de definir claramente a un ser que estaría "infinitamente" por sobre los seres que tratan de definirlo... Entonces, ¿no muestra esto en forma palmaria que dioses y universos son artificios humanizados y esclavizados por nuestra Voluntad de Saber?

domingo, 8 de noviembre de 2009

Una ironía

Quien quiera conocer (aunque sea por breves momentos) las conductas de las personas, se verá considerablemente ayudado en la tarea si se dedica a observar el comportamiento de las frases y sentencias que liberan de imprevisto. De todo el inmenso catálogo de "decires", me permito sugerir que los más simpáticos de entre ellos son las ironías: son pequeñas, pero llamativas; tienen la extraña inocencia de los niños que son capaces de jugar con todo, [por no gustar de la distinción entre correcto e incorrecto]; y sus colores variopintos se adaptan a la situación en que ven la luz. Prefiero comentar una anécdota puntual, pues las ironías poseen, además, la singular cualidad de que muy pocas veces se comportan de la misma manera (y, en general, su modo de desenvolverse dista de la homogeneidad).
Ayer se me escapó una ironía y, libremente, se puso a jugar con las opiniones de quienes estaban alrededor. Se movía libre, plena e inescrupulosa, poniéndolas cabeza abajo. Los rostros desconcertados de los presentes eran el vivo retrato de la incomodidad que los revoloteos de la fugitiva les provocaba, y más de uno me dirigió una mirada poco amistosa.
En mi mente dos sensaciones contrapuestas encontraron un idóneo campo de batalla: por un lado, salir a cazar la ironía y detenerla, reemplazándola por una deseable conciliación; por el otro, dejarla retozar alegremente y disfrutar con ella del espectáculo. Si un observador atento se situara ante mí en esos momentos, notaría que una mirada vacía le da la ocasión de contemplar, entreviéndolos, a los contendientes del singular duelo. Mientras tanto, mi ironía seguía dando rienda suelta a su estilo jocoso...
Ya no percibía mi entorno, tan absorto como estaba en la lucha que me transcurría. Si bien mi interés radicaba en verme con una inverosímil imparcialidad, no pude dejar de prestarle (involuntariamente) mis fuerzas a uno de esos sentimientos y permití que [me] ganara la pasión por dejar libre a mi ironía. Cuando los demás lo notaron, levantaron sus volteadas opiniones y se retiraron ofendidos. He de conceder que la actitud de los presentes fue sumamente compresible, mas mi pobre ironía, triste y sin compañeros de juego, me dirigió una mirada desorientada.
Afortunadamente, a lontananza, vi otra pequeña ironía que también buscaba cómo entretenerse. Su dueño, recorría la ausencia que le circundaba de un modo distraído e impersonal. Justamente eso (aunque suene paradójico) fue lo que permitió que nos advirtiésemos. Con gran placer, y sólo en ese momento, cuando ya no había nadie, las ironías pudieron reconocerse y sus dueños pudieron hablar abominando de aquellos incómodos convencionalismos sociales.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Visiones de una tarde gris

Grisea el azulado amarillento vespertino,
cae imperturbable un múltiple acuoso plateado
y se contagia a todo pensar
de la sencillez infinita del transcurrir.

Se refleja en refulgir mirante armonioso,
capaz de opacar cualquier destellante blanquecino
y devolverle moviente latir al existir viviente.

Un enorme abovedado aúreo
que nubla cualquier razonar,
traslada a un soñar que se tiñe de escarlata
ante su cíclico aparecer.

Obtiene así eternizante, rampante y desaforado elucubrar,
en medio del atrayente y embriagador,
dulce e impredecible torturar.

domingo, 25 de octubre de 2009

A modo de prólogo:

Quizá resulte un poco obvio, pero la verdadera gracia del relato es que el mismo es una psita que debería guiar al lector hacia otro relato (de otra persona, por supuesto) que es el tramposo pasado de éste... Toda la estructura fue deliberadamente pensada para intentar llegar a ese objetivo

Compás y Armonía

En una ciudad apática y brumosa tuvo lugar un congreso internacional de física y matemática. Los detalles del mismo son inciertos, pero fue de público conocimiento que se reunían eminencias de esos campos para discutir las implicaciones científicas de diversas geometrías no euclidianas (en todas sus versiones niegan la diáfana intuición que afirma que dos rectas paralelas, prolongadas al infinito, jamás podrán tocarse). Sin embargo, la atención popular no versó específicamente sobre el Congreso, sino sobre los acontecimientos que se erigieron a su alrededor.
Muchas y muy variadas versiones circularon sobre los hechos que, sin embargo, se prolongaron por un lapso breve de tiempo. La más novelesca y (tal vez por ello) la más llamativa de las hipótesis afirmaba que alguna secta dedicada a estudios gnósticos era la responsable de un grupo de crímenes. Como buena verosimilitud era suficientemente vaga para adaptarse a diversas circunstancias: el autor material de las muertes era "la secta"; el móvil era evitar que se difunda una doctrina que afecte sus creencias y las víctimas eran científicos, en su mayoría...
La posibilidad de que un ser humano halle la secreta [i]lógica de cualquier serie de sucesos es escasa. En cambio, suele acontecer que una interpretación verosímil de la realidad lo lleve lo suficientemente lejos como para entenderla a su imagen y semejanza (ya Fitche lo sostuvo con mucha claridad). Éste último caso puede convertir a ese ser humano en alguien extremadamente interesante, pero igualmente inútil (sobre todo, si debe interactuar profundamente con esa realidad que interpreta). Esa era la situación de Terri Önklon, renombrado por su capacidad deductiva y sus logros en criminalística. En particular, prestaba esporádica (y no por ello poco eficaz) ayuda al jefe del departamento de policía, Nuri Sarvet. Éste último era ajeno al gusto por la especulación, y prefería guiarse por una psicología más rudimentaria.
No obstante, Terri era una fuente de un enorme respeto, pues tenía en su haber una lista notable en cantidad y calidad de individuos atrapados. El más destacado quizá fuese Scar D`Ehlarch, quien estaba a cargo de una banda internacional. De todos modos, D`Ehlarch quedó libre de la cárcel por falta de cargos, pero no de un odio insoportable contra el detective Önklon, su antagonista.
Para hacernos una idea un poco más detallada del caso, comenzaré por mencionar que el Congreso se iniciaba a principios del mes de Abril. El primer homicidio tuvo lugar en un hotel, a la hora exacta de una noche ambigua, y la víctima fue un geómetra húngaro llamado Gÿorgy Zimermann. Sus copiosas investigaciones estaban dirigidas a calcular la cantidad de veces que unas paralelas debían tocarse en sucesivas trayectorias de un universo cuya curvatura era constante. Al igual que Einstein, dudaba de la infinitud del universo y se obstinaba en demostrar su convicción "more geométrico".
Cuando Sarvet y Önklon llegaron a la escena del crimen, los invadió la sensación de que el lujo del hotel se contraponía al del barrio que lo circundaba. Subieron unas escaleras amplias de madera y se dirigieron a la habitación. Una vez en el cuarto que fuera del muerto, ambos notaron que no había rastros de combate o resistencia y que, además de una ventana abierta, quedaba por pista un difuso casquillo sobre la alfombra. Sin embargo, sacaron conjeturas disímiles al respecto. Por su lado, Nuri Sarvet supuso que el azar intervino y que la muerte era producto de un ladrón vulgar que, viendo la ventana abierta y la luz apagada, se trepó al cuarto para probar suerte. Encontrándose con el ocupante, le disparó por temor y desconcierto, y huyó advertido por el ruido de su propia arma. En cambio, Terri Önklon conjeturó que la ventana abierta era una pista falsa; que el arma fue disparada sin silenciador buscando la rápida publicidad del hecho y que la casualidad no podía caer ciegamente sobre uno de los más renombrados científicos asistentes. Su argumento se apoyaba en que el Congreso fuera difamado en varias cartas de lectores enviadas a los diarios, durante el transcurso de la última semana. Además, un libro de Zimermann, que versaba sobre sus demostraciones para – geométricas yacía vilmente pisoteado.
Nuri Sarvet, enervado por la imaginación volcada en la hipótesis, le dijo que forzaba los hechos y que no tenía pruebas para ninguna de sus afirmaciones; mas como él tampoco las tuviera mejores para las suyas, se vio en la necesidad de aceptar que uno orientase su investigación del modo que juzgara más apropiado. Por lo tanto, luego de separarse de Sarvet, Terri Önklon decidió sumergirse en el estudio de algunos textos de Euclides y del contexto del pensamiento griego del siglo V a. C. El periodismo seguía con parafernalia cada una de las dos investigaciones y, cuando le preguntaron socarronamente a Önklon cómo avanzaba su investigación, éste se limitó a contestar que se sentía como Aquiles contra la Torutga....
Tal respuesta permitió a la prensa burlarse por un tiempo; sin embargo, a los ocho días de la muerte de Zimermann se registró la muerte de Thomas Edelwisse. En esta ocasión la víctima fue un físico alemán que desarrollaba una teoría sobre la reproducción de las condiciones de un viaje a la velocidad de la luz. Este nuevo homicidio tuvo lugar a unos ocho kilómetros al sur del hotel donde ocurrió la primera muerte, y todo parecía indicar que Edelwisse corrió con la misma suerte que su colega. Nuevamente, la escena del crimen dejaba pocos rastros del culpable. Sólo se pudo afirmar que el Herrn Thomas fue a dar un paseo nocturno y que, a las once de la noche fue atacado. El móvil parecía ser robo simple, aunque (al igual que en el caso anterior) no había signos de que se hubiese concretado. La única novedad que presentó este segundo hecho fue una letra "B" pintada en la pared sobre la que hallaron el cuerpo.
Nuri Sarvet y Terri Önklon volvieron a encontrarse ante aquel segundo cadáver y también volvieron a discrepar sobre cómo se llevaban adelante las hipótesis que construyeron. Aunque en estas circunstancias Önklon llevaba la ventaja, pues sus suposiciones podían dar cuenta de la extraña pintada en forma de "B" que coronaba el suceso. Y si bien Sarvet se hallaba desorientado, tomó la decisión de negarse a aceptar que su investigación se convirtiera en un cuento policial... Toda la puesta determinó a Terri Önklon a retirarse pronto de la escena del crimen, para continuar leyendo geometría vieja y filosofía eleata, esperando una nueva pista.
Las novedades no tardaron en llegar, pues a los cuatro días del segundo homicidio se produjo una nueva noticia: en un punto del mapa, que un observador atento juzgaría equidistante entre los sitios en que tuvieron lugar las muertes anteriores, fue hallado un tercer cuerpo. Ahora se trataba de Frank Natchegall, un matemático danés cuya principal preocupación era desarrollar un sistema de cálculo diferencial que le permitiese resolver el problema que dejara planteado Zimermann. Como el asesinato fue durante el día, resultó mucho más sorprendente para la policía local. De acuerdo con los testimonios de testigos oculares, Natchegall salía de un museo local y fue atacado por dos individuos que llevaban sendos sobretodos negros. No parecían dispuestos a robarle, porque sólo le hicieron unas preguntas antes de efectuar los disparos. Algún curioso señaló que ambos sujetos tenían la insignia de una cruz con un círculo cerrándola. Ninguno de los testigos se puso de acuerdo en el horario, que abarcó casi cualquiera de las posibilidades entre las once de la mañana y las doce del mediodía.
En éste caso, Sarvet se vio solo en la escena del crimen (Önklon jamás apareció); estaba molesto porque el otro tuviera razón que por el nuevo atentado, y más desconcertado aún, ante la idea de que Terri Önklon no se hubiera presentado. Si bien Nuri Sarvet conocía las excentricidades de aquel, no creía que fuera posible descifrar los homicidios por medio de la lectura. Por lo tanto, decidió enviarle a su colega todos los resultados obtenidos por escrito, y una extraña carta que encontraron en el bolsillo del muerto. La misma contenía un compás viejo, que se retraía por mitades, y un plano que mostraba una línea dividida en dos segmentos iguales. Los segmentos eran "A – C" y "C – B" y, junto al punto "C", estaba escrita la siguiente consigna:
"Otros tres sacrificios para que la humanidad comprenda."
La policía seguía a varios sospechosos, pero a ninguno lograron atribuirle relaciones con los homicidios. Desde el principio de las pesquisas Terri Önklon sugirió que se descarte a la banda de D`Ehlarch (la más notoria que podría operar en la ciudad), porque no se dedicaban a realizar ese tipo de ataques. Sarvet pensaba que el problema estaba resuelto, y que los homicidios dejarían de ocurrir (aunque se vería en la obligación de continuar con las investigaciones, no tendría más presiones por anticipar movimientos misteriosamente conjugados). Mas en ningún momento tuvo la oportunidad de compartir sus apreciaciones con Önklon.
Este último tomó una determinación que muchos juzgaron increíble: simplemente, se fue sin previo aviso. A partir de ese momento, el relato se convierte en una sucesión de verosimilitudes. El mismo día que Terri Önklon recibió la nota, alquiló un cuarto en una pensión (tomó la precaución de elegir un nombre falso). Las únicas prendas que llevaba consigo eran los libros que estuvo leyendo y, durante los dos días siguientes, llevó una vida de eremita: apenas se lo veía para comer, y en horas muy poco frecuentes. Antes del inicio de ese segundo día, y sin que nadie lo viese, salió de su cuarto y se fue a esperar en la azotea del edificio. Permaneció quieto por un tiempo que los relojes no marcaron, hasta que sintió el sonido de la puerta que se abría. Sin sorpresa vio aparecer a Scar D`Ehlarch y a otros dos hombres anónimos. Aquel murmuró algo que parecían indicaciones y éstos se retiraron.
Terri Önklon estuvo oculto el escaso tiempo que duró el diálogo entre los tres hombres. Una vez que D`Ehlarch quedó solo, empezó a dirigirse hacia el centro de la terraza, pero Önklon le salió al encuentro cerrándole el paso, mientras lo apuntaba. Lo próximo que hizo fue esposar al hombre que ya una vez atrapó, asegurándose de que no podría escapar, y trabar la puerta para evitar cualquier tipo de acceso.
La mirada de Scar D`Ehlarch estaba febril por la ira, pero sus palabras rompieron mansamente el silencio:
Önklon, este encuentro no parece tener nada de fortuito; aún así, no tienes pruebas ni puedes causarme...
Terri Önklon lo miró tranquilamente y contestó:
Las pruebas sólo serían circunstancias materiales que no cambiarán el duelo en el que nos hallamos. La lucha es supra – temporal, y excede el marco de nuestras vidas... Platón sostuvo que quien lograra elegir el camino de la filosofía en tres encarnaciones sucesivas, se salvaría del retorno al mundo de la corrupción y del devenir. Nosotros hemos elegido los mismos papeles y, por ello, nos encontramos en las mismas condiciones...
D`Ehlarch comprendió que su antagonista estaba un paso por delante de sus conjeturas y se limitó a continuar el diálogo (y, más que diálogo, razonamiento):
Veo que anticipaste muy elegantemente el movimiento: propusiste una hipótesis verosímil pero compleja, y jugaste a creerla. Sabías que, apenas entrara en conocimiento, urdiría un plan con una trampa que reflejara la paradoja de Zenón (aquella que pretendía mostrar la imposibilidad del movimiento en un espacio infinitamente divisible).
Esperaste el segundo ataque y, una vez que sucedió, ya habías anticipado el tercero e incluso este cuanto ataque. En ésta ocasión, el laberinto me atrapó a mí...
Cuando Sacar D`Ehlarach terminó de hablar, Terri Önklon se sintió presa de una terrible fatiga, y le sobrevino el súbito deseo de terminar con todo. Por ello, prosiguió:
Entonces, sólo resta determinar el sitio que defina y que cierre nuestros destinos en el ciclo de las existencias. Para ello propongo un tercer enigma que fatigó a muchos comentadores: el último encuentro de la serie deberá ser en un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia sea imposible, por no hallarse en ninguna.
Así se hará – respondió D`Ehlarch -; cuando volvamos a enfrentarnos, será en aquella figura mística que ha encantado a sacerdotes y lingüistas por igual.
Acabada la conversación, Terri Önklon retrocedió unos pasos, apuntó cuidadosamente y, por respeto (quizás amor) al Retorno, se disparó.

domingo, 18 de octubre de 2009

Petit Mort - Sin Nombre/ Sin Título

¿Cuándo dejarás de atormentarme
con tus infinitos y cíclicos nacimientos?
¿Alguna vez me darás el consuelo
de verla bailar, libre, sobre el polvo de tus vueltas?
Veo a tus lejanas antigüedades caminar hacia mí;
en cada acercamiento la presiento cada vez más,
pero se me escapa entre suspiros descompasados.
Suelo olvidarla cuando se aleja demasiado
y me pregunto si ella huye de mí, o yo de ella.
Así todo prefiero seguir, pues la presiento a cada paso,
en cada esquina.
Un momento de tus irreales divisiones contemplé su rostro;
aunque supe que esa cara no era para mí,
intuía que regresaría, ella misma, eternamente diferente, a mostrarme.
Fue de ese modo como entendí el mensaje:
Que sólo, yo solo, en ese momento (tan otro, tan el mismo)
la vería y no la vería venir;
que no la conocería, porque la reconocería.
He ahí, oh Tiempo, la sinrazón de mi pedido:
no me lleves a repetirlo por siempre, igual y cambiado...

domingo, 11 de octubre de 2009

El gato de Guillermo


La psicología sostiene que ciertos hechos de la infancia pueden resultar determinantes para el desarrollo ulterior de la vida afectiva de las personas. Considero que, sin dificultades, puede extenderse ese juicio a las ideas y a la vida intelectual y teórica. La prueba que puedo ofrecer se remonta al año 1779, en Stuttgart (ducado de Württemberg, al sudoeste de Alemania).
Una familia tradicional volvía de un paseo por las orillas del Neckar. Los padres proveían de familias acomodadas y relacionadas con el gobierno local (sus nombres no vienen al caso, y tampoco se mencionan en el diario que me ha permitido recopilar ésta historia). Los tres hijos (dos varones y una mujer) habían sido concebidos con una regularidad inverosílmilmente alemana. El mayor de ellos, Guillermo, tenía nueve años de edad y, en varias ocasiones, fue alabado por su buena conducta y su respeto por la autoridad de sus padres. Sin embargo, mientras volvían del paseo vio un gato echado en una ventana: ese fue el motivo de un deseo insistente, apremiante, sencillo, arbitrario. Como buen niño, continuó (también con intervalos inconscientemente regulares) pidiendo a sus padres que le compren la consabida mascota.
Una brumosa mañana de marzo de 1780, después de un plazo que en la infancia resulta inconmensurable con el tiempo de los relojes, los padres de Guillermo le presentaron a Johan; aquel que sería, de allí en más, su gato. La felicidad del niño fue tan grande como el tiempo que lo separaba de su ya remoto pedido. Probablemente, esto haya despertado celos en sus hermanos menores Cristina y Jorge (de seis y nueve años, respectivamente), pero el testimonio parcial del diario no lo hace constar. Con respecto a los motivos que los padres tuvieron para traer al felino, podemos deducir que nunca fueron tan llanos como para meramente complacer a alguno de sus hijos; a través de los testimonios del diario pude leer que, durante el indefinido intervalo entre el paseo y el regalo, unas ratas se tomaron la libertad de establecerse en la casa paterna. Estos pequeños roedores crecieron con la premura que les es usual.
El felino no contaba con atributos excepcionales: pelaje gris, con sutiles rayas negruzcas; ojos levemente amarillos; unos cincuenta centímetros de largo y la plasticidad majestuosa de todos los representantes de su especie. Era un gato común y corriente, que podía ser cualquier gato o todos los gatos. Pero para Guillermo era, sencillamente, su mascota. Sin tener en cuenta la universalidad de su condición, Johan se dedicó a cazar ratones, tal como su instinto lo indicaba, mientras el pequeño contemplaba extasiado esas proezas. Sin embargo, algo muy singular le ocurrió a la mente del niño a lo largo de éstas sucesivas observaciones, ya que empezó a imaginar una relación muy particular entre su gato y las ratas. Éstas eran tan iguales entre sí, se repetían tan similarmente, que cualquiera de ellas podía ser cualquiera de las otras o todas las ratas...
De allí surgió un incipiente idealismo: su gato, cualquier gato, todos los gatos, "El gato", sólo se realizaba como tal cazando una rata, cualquier rata, todas las ratas, "La rata". Por lo tanto, esas pequeñas corridas de un micro universo casero y familiar se habían convertido (o se estaban convirtiendo) en una especulación sobre la naturaleza metafísica de la realidad y el conocimiento: "El gato" sólo podía realizarse como tal al cazar a "La rata"; a su vez, "La rata" sólo podía realizarse como tal al huir (para vivir) de "El gato". Entonces, en toda relación entre dos Sujetos, éstos se realizan a través de una dialéctica de la interacción; y, si por ventura, Uno de ellos llegara a agotar al Otro, la realización quedaría trunca, pues no habría con Quien medir dicha realización.
Hasta aquí llega la parte del diario de Guillermo, un niño que en ese momento tenía nueve años, en que se explica cómo es que él había entendido que funcionaba el mundo que lo rodeaba. Corresponde aclarar que el idealismo absoluto surgiría a principios del próximo siglo... De ésta anécdota me surgen dos preguntas: ¿Tan singular modo de pensar el Universo no se relaciona con un particular modo de entender la relación (harto discutida por los medievales) entre "lo Uno" y "lo Múltiple"? y ¿Cuánto tiempo habrá acompañado ésta interpretación al joven Guillermo a lo largo de su vida?

domingo, 4 de octubre de 2009

Acto Reflejo

Se levantó esa mañana, como todas las mañanas desde que consiguiera aquel empleo en el despacho, y empezó a prepararse el desayuno. Usualmente, y desde hace un par de años, se limitaba a tomar un café negro, sentado a una mesa sencilla y leyendo el diario. Era un muchacho joven, ni feo, ni bien parecido, que había terminado la carrera de contaduría precozmente. Pasó por delante de un espejo, que adornaba su pared, y se vio con una nebulosa sombra de barba. Entró en el tocador, se dio un baño, se afeitó y se vistió, apurado como siempre, para estar cinco minutos antes que su jefe, demostrando su intachable puntualidad. Después partió hacia el estudio, vestido con su traje azul, ya medio gastado, y su portafolio de cuero negro, regalo de graduación. Tomose un taxi y, durante los quince minutos que duró el viaje, el conductor y la radio le horadaron la cabeza con el problema de la inseguridad y los cortes de calle.
Al fin en el estudio, y luego de haber sido felicitado por su jefe, ya, un infinito número de veces, empezó su labor de todos los días. Abrazó las cuentas de la empresa con su usual parsimonia y trabajó, sin prisa, pero sin pausa, hasta la hora del almuerzo.
Era lunes. Así que se fue al bar de la esquina y ordenó, como todos los lunes un pedazo de tarta y una gaseosa. En lo que duró el almuerzo (algo así como media hora), el noticiero repasó uno por uno los crímenes cometidos hasta ese momento. Ernesto lo escuchaba con displicencia. Terminado el almuerzo, se vuelve al estudio, demorando los cuarenta minutos reglamentarios, y retorna a su numérica tarea. Llegada la hora de volverse a casa, saluda a todos y parte, tres minutos después que su jefe. La vuelta, también en taxi, es igual que la ida: otro taxista, junto con la radio, departen lecciones sobre el estado actual del país.
Una vez que arriba a su casa, y libre de las no muchas tensiones de su trabajo, se dispone relajarse viendo un poco de televisión. Para matar el tiempo, y como cualquiera que no sabe qué ver, pone el noticiero. Nuevamente ve más inseguridad, más crímenes, más reclamos, más aumentos, en fin, más de lo mismo. Se aburre al rato y apaga el aparato, disfrazando su tedio con la repetición de lo que les sucede a otros. Busca el teléfono y pide, tal como se le ha hecho costumbre, comida para llevar. Verosímilmente, puede ser pizza, comida china, carne asada, o empanadas... El sonido del portero lo sorprende a medio camino hacia el baño: llegó la comida y el anónimo repartidor se limita a identificarse con el nombre del menú que trajo. Cuando se abre la puerta, lo saluda y le da la misma propina de todos los lunes (a éste repartidor o a otros, es indistinto). Charlan un rato y, nuevamente, la situación del país aparece como tema general, sin importancia, de compromiso. Se despiden sin mucha parafernalia.
Mientras comía sentado a su mesa, empezó a darle forma a una idea que fue recurrente (y, por qué no, falsa) en su mente durante el último tiempo: "La inseguridad es un tema común; todos dicen que hay un número X de asaltos, de secuestros, de crímenes por hora, o minuto, o día. Yo soy uno de los muchos habitantes de la ciudad, soy una persona común, y nunca me pasó nada. Entonces, debe ser posible calcular cuál es, según la prensa, la probabilidad de que me ocurra algo."
La idea era interesante, un poco altanera y levemente desprovista de noción, pero, de todos modos, se aventuró a la realización. Lavó lo que ensució, tiró la caja de la pizza y se dispuso a comenzar su tarea. Volvió a pasar por el espejo y observó esas mismas decisión y juventud que lo caracterizaran esa mañana. Se sentó a su mesa y empezó con el siguiente procedimiento de división:
Primero, o me atacan, o no me atacan. Esto es un cincuenta por ciento de probabilidades para cada una.
Segundo, si me atacan, lo hacen o con un arma o sin armas. Esto es un nuevo cincuenta por ciento para cada opción
Tercero, si me atacan con un arma...
El tiempo pasaba impertérrito y las opciones, en lugar de agotarse, se multiplicaban. Parecía que ese emprendimiento de lunes a la noche iba a durar toda la eternidad. Mas no fue así. Vio que se asomaba el sol de un nuevo día y notó, no sin desconcierto, que tenía que prepararse para ir al trabajo. Era un hombre metódico, no gustaba de los desbarajustes y nunca había pasado noches de la semana en vela, ni siquiera mal dormido.
Se sentía agotado y desganado. Juzgó, con muchas probabilidades a favor, que su sensación era producto de la noche en vela, y se dijo: "Lo arreglo con un café fuerte y un par de aspirinas." Fue a la cocina, se preparó el café más cargado que lo habitual y lo tomó con apuro. No hubo un cambio en su sensación de cansancio, pero sintió un leve ardor en el estómago, que atribuyó al desacostumbrado exceso. Volvió a pasar enfrente del espejo y se vio ojeroso por la noche en vela, canoso, con arrugas, rutinario e indeciblemente fijo en su movimiento habitual. Entonces, cansado sobremanera, se bañó, se afeitó y se vistió. Partió hacia el estudio, en taxi como siempre, esperando que el tránsito no le depare nada anormal y que el taxista no lo importune sobremanera. Una vez que llegó allí, con la puntualidad sublime que lo caracterizó toda su vida, vio a ese joven muchacho que consideraba con interés.
Visiblemente aspiraba a ser su sucesor en el estudio. Estaba siempre un poco antes de que él llegase. Así que lo saludó, lo felicitó como todos los días y se metieron juntos al edificio. El chico se sumió enseguida en su trabajo. Él, por su parte, se metió a la oficina que le pertenecía desde hacía treinta años. En un fugaz momento de lucidez, entreabrió la puerta, vio al muchacho trabajando con todo el esmero y la aplicación posibles y, no sin cierta malicia, pensó que era una especie de autómata. Cerró la puerta despacio, se volvió a su escritorio y, una vez sentado, se dijo: "Alea jacta est..."

domingo, 27 de septiembre de 2009

Finis Philosophae

Inútilmente intentas perseguir un ideal, pero no te cansas de hacerlo...
Olvidas que todo sentido es vacío.
Olvidas que eres tú lo que encontrarás al final de cada búsqueda.
Temes abrir los ojos.
Rehuyes el abismo que se abre ante ti.
Crees que omitiéndolo, desaparecerá.
Interpretas, y sueñas que tu sueño es real.
La nada te sigue aterrando, el dolor es dolor de ausencias, de quimeras.
Lloras en la tumba del ídolo que tú mismo mataste.
Pues claro!! Si eres tú quien lo erigió...
Ya es suficiente, ya es hora de perseguir otra quimera;
pero ésta vez no olvides que es sólo un sueño!!
Finis philosophae...

domingo, 20 de septiembre de 2009

Un comentario a "La Secta del Fénix"

Lo más importante del texto que viene a continuación, es que requiere (previamente) haber leído la obra de J. L. Borges. Quizá parezca poco esforzado, redundante o vacuo, pero considero que hablar literariamente de la literatura es una forma sumamente singular de este género...

Adivinanza en fuga

Éste pequeño texto, que se encuentra casi al final de la publicación de Ficciones, es una muestra del juego que se puede realizar con los claroscuros de las descripciones: en él, Borges, se dedica a caracterizar una secta muy singular y milenaria, que posee como única distinción un ritual que es, a la vez, sagrado y trivial.
El autor comienza el relato de una manera enciclopédica, dándole un carácter formal y, en principio, precisable al secreto con el que va a jugar. Avanza a través de una serie de discusiones filológicas, y principia el doble movimiento de ocultar mostrando: la secta es llamada de una manera que sus propios integrantes no reconocen; el origen del nombre de la secta es posterior y ajeno a quienes la integran. Aparecen citas de autoridades que hacen desaparecer el momento exacto en que surge el misterioso culto.
Luego describe aquello que une a los miembros, apartándolos de los rasgos comunes de todas las religiones: no tienen nacionalidad, no tienen características étnica ni lengua en común; tampoco tienen una historia, una leyenda o un mito cosmgónico (aunque sugiere que en algún momento los hubo); por fin, no tienen enemigos doctrinales, pues la versatilidad de sus miembros ha hecho que se encuentren dispersos entre las filas de todos los bandos. A tal punto están indeterminados los miembros, ya bastante diferenciados, que sólo guardan la tradición de una liturgia que puede representar un castigo, un pacto, o un privilegio, según la versión del practicante.
Al pasar a las distinciones de iglesias, templos o lugares consagrados al milenario ritual, vuelve a alejar su objeto, a partir de describirlo: no hay templos; ningún lugar sagrado está consagrado a la práctica. Cualquier lugar es válido y, cuanto menos fastuoso, mejor. Los iniciadores tampoco escapan al doble juego: Borges elige que sean las personas menos favorecidas de la sociedad, o los niños, quienes se encarguen de los oficios.
En éste punto el autor ya ha revelado que la única unión entre los miembros de la particular secta es el ritual iniciático: nada los diferencia, salvo haber sido iniciados y el hecho de guardar el secreto de cómo iniciar a otros. Aquí comienza una nueva serie de paradojas: no tienen lenguaje propio, pero todo lenguaje hace alusión al ritual secreto (que es, a su vez, el secreto); el secreto es sagrado, pero también es confesamente ridículo y, sin embrago, no se abandona su culto; hay iniciados que no se sienten con el valor de llevar a cabo el ritual y son menospreciados por los demás, pero, maliciosamente agregado por el autor, éstos cobardes se menosprecian aún más; se tiene en mucha estima a los fieles que abandonan el culto, pero logran entrar en un contacto directo con la divinidad; y, por último, pero no menos importante, Borges, agrega (casi al pasar) que el secreto (que es a su vez el ritual) se ha vuelto instintivo en los fieles.
Así da fin al juego de ocultar describiendo. La naturaleza ambigua de la obra anula preguntas implícitas, del tipo: ¿cómo es posible que el iniciador reconozca al descendiente de un iniciado?, o ¿cuán extensa es la secta?
De todos modos, el autor, en el prólogo a la segunda parte de Ficciones, revela una pequeña pista para desentrañar el secreto del ritual: es un hecho común. El libro no es sino un gran círculo, que da vueltas escondiendo ese ritual iniciático (único secreto que posee para ocultar esa secta en la cual se entra) a través de delimitarlo y describirlo. Y ese círculo se cierra cuando pensamos que la práctica secreta es, justamente, transmitir un secreto.

domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Quién soy?


Poco importa ya la indiscreción abusiva del comienzo...
Miles de veces me he preguntado por mi propia naturaleza. Otras tantas he abjurado de ella: en la mayoría de las ocasiones, porque la misma reflexión me llevó a detestarme. Así todo, es una idea torturante que me asalta cada vez que puede y retorna diferente, siempre la misma. Sin embargo, cada vez que logro acostumbrarme a una respuesta, la pregunta se rehace y yo vuelvo a sentirme incómodo. No desarrollé un método ni una respuesta para encauzarla: cada nueva aparición logra vencer la frágil resistencia de los endebles bastiones en los cuales quise refugiarme.
Han sido muchas las definiciones que ensayé y ninguna es convincente. Podría decirse que la más conveniente (sólo por ser de una generalidad absurda y poco comprometida) de las interpretaciones sobre mi propia naturaleza me determina como la coexistencia de todas mis manifestaciones. Pero... ¿Por qué son tan contradictorias entre sí? ¿Acaso no es suficiente con la que no pueda definirme? ¿O es que, atacado por un racionalismo extremo, temo desaparecer refutando mi propia existencia, por contradictoria?
El mero hecho de respirar parece desafiar ese idealismo. No obstante, mi conciencia me atormenta con el temor de la locura más violenta. Quizá no desaparezca físicamente, pero basta con enloquecer para afirmar que ese idealismo era tan destructivo como temía... Mas parece no caber otra cosa: cada vez que me encontré frente al dilema, mi alma (o, al menos, esa "parte" que solemos llamar "mi alma") emprendía viajes cuyo horror metafísico me ha parecido inenarrable; es un enorme esfuerzo soportarlo e intentar contar aquello que ha sucedido. Aquello que parece tan paradójico, el mero hecho de intentar describirlo, es producto de esa misma contradicción que veo transcurrir[me]. Siento que las palabras quedan escuetas al fin que me propongo y que, no importa cuantas acumule frente a mí, no sería posible aproximarse al objetivo. De ello, así todo, busco desesperadamente sacar algo en claro; entonces, llego a una singular formulación: soy el indescriptible, el inenarrable, el contradictorio, aquel cuyo contenido parece anularse en sí mismo por su propia naturaleza.
Parece atrevido e ilusorio querer describir aquello que, sin contenido, pretende darse una forma arbitraria. De todas maneras, creo que puedo aventurarme a una explicación. La misma se cifra en la actitud neta, clara e indiscutiblemente mediocre – sin ira, dicho sólo como medianía; como temor a todo límite –. Es el resultado del pánico por llevar hasta las últimas consecuencias una interpretación. Ya no importa si es la razón o la locura: su coherencia fulmina a quien no se atreva a sostenerla.
El temor es temor al ver en otro – y más que "ver en él", es "ver que él" – tiene la capacidad, la entereza o el aplomo de la irredemeabilidad necesarios para llegar hasta el fin; para mostrarnos la verdadera cara del valor que hemos elegido para nosotros. Es en ese momento cuando la crueldad se apodera de mí, y odio desenfrenadamente que pueda representar ese papel. Ni siquiera en ese momento puedo evitar decirme que, a su vez, es eso mismo aquello que ya quería; aquello que estaba buscando. Ni aún así puedo dejar de ser contradictorio y parece, entonces, que el valor por antonomasia fuese la coherencia...
Sin embargo, tampoco soy capaz de tolerar esa coherencia llevada a su límite último: me preocupa verla anticipada en su extremo desde el aquí y ahora. Y me cuesta tolerar la coherencia, porque – Oh, Paradoja! – entra en flagrante contradicción con el espíritu [usualmente] móvil, cambiante y contradictorio que veo en el ser humano.
¿Es deseable un momento superador de ésta dialéctica brutal que hunde cada extremo vivencial en su contrario? De algún modo entreveo una respuesta: esa tensión es el pulso mismo que anima mi existencia. Por lo tanto, superarlo es callarme, vindicarme, morir; no superarlo es sobredeterminarme, enloquecer de neurosis, vindicarme, morir... Tamaño subsuelo (en su sentido plenamente ambiguo que rescata el idioma alemán) me tocó ver. El de Dostoievsky, por lo menos, era oscuro; éste se manifiesta perfectamente visible en toda su desnuda inexistencia (o, más bien, en una existencia que amenaza constantemente en destuirse a sí misma en cada movimiento). Llega a ser terriblemente desconsolador contemplar la vastedad de la Nada.
Gran viaje! El puerto provisorio es la soledad existencial de verse reducido a naderías. Sin embargo, aún hay que soltar muchas amarras para poder enfilar hacia la – propia – libertad; aún hay que aprender el sentido vivo de la "necesidad" que dimana de un modo de ser que se ve a sí mismo como [no] siendo; y, por último, aún resta abismarme en aquello que [no] soy, y ensimismarme fuera de mí. Dicho de otro modo: todavía no me he interpretado (y, probablemente, cuando ese cierre suceda, sea el momento en que la contradicción de la conciencia decrete su propio fin).
Dejo (en un final tan indiscreto, abusivo y abrupto como el comienzo) el testimonio (o el intento de testimoniar) la última travesía realizada...

NOTA: supongo que se ha visto con claridad que el texto está inspirado por las influencias (y, por ello, dedicado a la memoria) de F. W. Nietzsche y F. M. Dostoievsky.