martes, 15 de diciembre de 2009

Casi como prefasio...

El fragmento lo escribí hace un tiempo, antes de leer "Rayuela"; lo corregí hace muy poco, después de leerla... Quizás no haya quedado tal como lo ideé en su momento, porque no consideré que las configuraciones de Word y del blog eran diferentes (no importa...). Además, se lo quiero dedicar a quien me dio ganas de publicar éste textito: Gracias Vane.

El Mundo de un Niño

Acaso pudiera desentrañarse el misterio de un mundo donde la magia aún es real; quizá sea capaz de cambiarse toda la ciencia y el saber por la alegría de crear un mundo a medida, que sería justo, por no conocer lo otro. Un mundo así sería imposible de narrar, porque no sabríamos cómo narrarlo; lo mejor que podemos hacer es describir ese lugar como lo haría un niño, mientras se lo apropia, juega con él, lo contempla, se aburre y lo deja tirado – justamente como a uno de sus juguetes, para pasar a otro que lo entretenga más -...
Es levantarse un día de vacaciones a la hora que más me gusta. No me acuerdo cuándo empezaron; Avanzo entre la oscuridad de un lugar poco conocido. Parece una jungla, y me da la impresión de que
no sé cuándo van a terminar. Es más... ¿No viví toda la vida de vacaciones? No importa; me hago pis... en cualquier momento pueden rodearme las fieras. Veo una... Me quedo quieto; la mido... Es rápido Voy al baño y, en el camino, se me aparece el gato. Michi, Michi, Michi... Lo acaricio y ronronea; sí, da vueltas y atigrado. Salta encima de mí y entablamos un combate feroz. La lucha se termina cuando ronronea, mueve la cola y se queda para que juegue; lo alzo, lo aprieto un poco, le sujeto las patas, gano. Veo como huye, después de tratar de comerme... Sabe que soy muchísmo más fuerte que él juego con él y se va por el pasillo... Me hago pis... Voy al baño. Cuando termino y tiro la cadena, el inodoro hace mucho ruido. Tengo hambre...
Salgo para la cocina. Camino y me molesta la luz del sol. Cierro los ojos, porque es muy, muy Grandes luces de colores giran por todos lados. Todo se ve muy blanco y hay un reflejo de costado. fuerte... Cuando llego a la cocina, mamá me alza, me da un beso y me muestra que ya preparó el desayuno. Gracias Mamita, qué rico el chocolate con leche... ¿Por qué preparaste tostadas con manteca? ¿Les puedo poner azúcar? Daaaale Mami... Sabés que me gustan más así... Estoy lleno. El desayuno estuvo muy rico y me voy a jugar. Mamá hace que me cambie antes de salir. Tengo que ponerme un pantalón. Es incómodo y Mamá me ayuda. Listo, ya está, ahora podés salir... Me voy al Entro a "boxes" buscando las piezas que me hacen falta para terminar el auto. La carrera está a punto patio y lo recorro por todos lados. Siempre busco una caja para poder jugar... No sé qué hacer... Junto de empezar, y tengo que dejar todo listo para poder correr. Ya las voy juntando y me dirijo hasta el unas tapitas que hay entre botellas vacías; también agarro un alambre. No encuentro una caja. Doy "Mach 5". Ajusto todo en su lugar, me subo al coche, y me preparo para la largada. Tengo el lugar más vueltas por el patio. ¡¡Ahí hay una caja!! Me meto adentro, le pongo las tapitas y el alambre, y ya más atrasado entre los rivales, pero sé que tengo que ganarles. Además tengo el mejor auto de todos... tengo preparado el juego.
Después de estar metido un rato jugando en la caja, siento un ruidito al costado. Miro, y nada... De Estoy rebasando un auto y, de golpe, siento ruidos raros. Se me ocurre que el motor está fallando, nuevo el ruido que se parece a raspar o rascar algo... De golpe, tengo al gato encima, queriendo haciéndome temer por mi continuidad de la carrera. Presto atención, y me doy cuenta de que el ruido meterse en la caja. Salta, se mete y me mordisquea jugando. Lo agarro, lo sacudo un poco, lo apretujo, viene de afuera. En ese momento, el tigre de ésta mañana salta encima del auto y trata de comerme de y me rasguña. Lo saco de un empellón, y las tapitas empiezan a volar tras su cabeza... Me molesto, nuevo. ¡¡Es imposible!! Si se supone que se había ido... No importa; vuelvo a pelearme con él para porque no pude terminar el juego... Salgo de la caja, y me voy para la parte de atrás de la casa. Hay echarlo del coche... ¡Ya estoy muy enojado, porque me hizo perder la carrera! Lo tiro de un empujón. mucho pasto. Es preferible jugar allá, porque parece que ese patio no se termina nunca. El portón queda muy, muy lejos. Hasta ahora no pude llegar al portón. El alambre donde está colgada la ropa tampoco me deja ver mucho más lejos.
Al lado de un árbol que sujeta un extremo del alambre (el otro está agarrado a la pared de la casa), Acabo de desembarcar en la isla donde dejé escondido el tesoro. No hice un mapa por temor a que estoy seguro de que dejé algo. Me acuerdo de haberme embarrado mucho esa vez; seguro que es una me roben el tesoro... Nunca, nunca, nuca van a saber dónde lo dejé... La isla donde enterré mi cofre lata. Si lo enterré al lado de ese árbol, es porque vale mucho. Pero no me acuerdo en qué parte del tiene muchos árboles; son todos muy parecidos y elegí uno para que disimule el pozo. Como recuerdo árbol lo enterré... Tengo que ir a ver si nadie me lo sacó. No, no me lo sacaron, porque la estaba muy ubicación a la perfección (tengo el mapa en la cabeza), la voy buscando a tientas... Debo sortear varios bien escondido. ¡A que ni se imaginan que la lata está al lado del árbol! Camino esquivando los obstáculos y trampas que fabriqué para evitar que alguien llegue hasta allá. Además, hay muchos hormigueros, porque las hormigas son rojas, chiquitas y pican muy, muy fuerte... Una vez me picaron animales peligrosos que pueden morder, picar y matar a quien caiga en su territorio. Por culpa de ellos y me estuve rascando mucho... ¡¡Hormigas malas!!
perdí una pierna y ahora uso está pata de palo...
Me agacho para sacar la lata. Pero no me acuerdo; sí, me acuerdo; no... ahí no estaba... ¿Dónde la Encuentro sin problemas el lugar que marca la "equis". Ya puedo sentir los doblones de oro entre mis dejé?... ¡¡Ah!! Sí... La lata estaba del otro lado, y la marqué con una piedrita encima. Empiezo a gastados dedos... No hay pala, no hay pico; no traje nada, para alivianar el viaje. En mi desesperación escarbar la tierra con las manos. Es mucha, mucha tierra. La tierra está negra y fría... Saco la lata y la empiezo a cavar con las manos. La avidez me impide parar o sentir cansancio y, al poco tiempo veo abro rápido. Controlo que esté todo lo que dejé. Inventario: cinco canicas de colores diferentes, dos coronadas las largas semanas en alta mar. ¡El cofre, el cofre! Un tesoro rebosante de oro, perlas, monedas de diez centavos, una tapa de una edición limitada de gaseosa y un destornillador chiquito, de diamantes... Una daga cuyo mango está engastado en zafiro y una corona digna de un rey... Jamás mango azul.
hombre alguno vio semejante tesoro. Mis manos tiemblan y mis ojos acarician deseosos la riqueza...
... Ahora que vuelvo a ver la lata, me doy cuenta que lo verdaderamente valioso es el recuerdo que abarca toda esa mañana. Tardé mucho en encontrarlo, porque cada imagen se oxidaba, se desdibujaba y decoloraba, entrando en una rutina alejada de semejante universo. Si me tomase más tiempo aún, no creo poder sacar más que éste recuerdo. Entonces, puedo volver a enterrar esa lata vieja, con cinco canicas, dos monedas de diez centavos, una tapa, un destornillador, un recuerdo y un final inexorable. Termino el recorrido por aquel lejano mundo que combina el hiper – realismo mágico con el idealismo más potente, donde todos los problemas se olvidaban a la vuelta de una esquina, y en un par de brazos maternales se olvidaba todo lo otro...

domingo, 6 de diciembre de 2009

Bendita Violencia

Una declinante tarde de domingo elegí pasear por un barrio que no conocía. Me encontraba cerca de un punto en el mapa entre Villa Pueyrredón y Villa Devoto. No recuerdo las razones por las cuales mis pasos me llevaron hasta ese sitio, pero sería ese momento de la tarde que preludiaba una noche deleznable. Estaba un poco hastiado de fatigar veredas que no conocía en pos de algo que me resultara llamativo: todo mi hallazgo fueron unas casas bajas con la promesa de una tranquilidad distante de la Ciudad...
Sin embargo, y para hacer honor a los pocos negocios que encontré abiertos, la cordialidad de todos era enorme, y su buena predisposición superaba con creces (casi podría haberse dicho que era un poco forzada) cualquier trato que me haya sido dado ver. Al principio los intercambios de cortesía me parecían naturales, pues consideraba que eso era simplemente "correcto". Mas, al pasar el tiempo, la candidez no disminuyó y las maneras no cambiaban. Sólo ahora, y quizás ese es el mayor problema de la reflexión, noto que debería haber pensado en lo extraño (llevado propiamente al paroxismo) de la amabilidad de esas personas. A pesar de ello, un dejo de extrañeza no me abandonó en ninguna de las diferentes charlas.
Orillaba la vía de algún tren, por una calle cuyo nombre (Gutenberg) me remitía a Europa y a unos sacerdotes alemanes comiendo papa y tomando cerveza, mientras imprimían la Biblia... Cuando noté que a mi izquierda se abría un camino que llevaba directo a una plaza. No estaría a más de dos cuadras y juzgué que atravesarla sería un buen argumento para mi caminata.
En el trayecto hacia la plaza (luego supe, por medio de una guía de calles, que se llamaba Plaza Arenales) solamente pude ver casas de familia, donde sus ocupantes estaban disponiéndose para una cena que se me antojaba temprana. Una vez en la esquina, y mirando el pequeño parque en diagonal, pude apreciar que el hospital Zubizarreta se encontraba en lo que ideé como la mitad de la base del cuadrado verde. Fue allí, con las tres cuartas partes de una errática diagonal recorrida, entre un par de árboles altos, me interpeló un sujeto muy curioso.
De pies a cabeza: zapatos de vestir negros, bien lustrados; un traje (negro también) de un corte que se revelaba hecho por un sastre y pulcramente planchado; camisa de seda blanca, con botones nacarados; un sombrero de hongo negro, por supuesto y un impermeable al cual no le veía utilidad en ese día. El cuadro lo cerraba un bastón laqueado que llevaba en la mano. Su andar era galante, y sus maneras se me hicieron antojadizamente corteses. Al momento de interpelarme, se acercó hacia mí con mucha cautela y dio inicio nuestra singular charla:
Él:- "Buenas tardes, señor."
Yo:- "Buenas tardes."
Él:- "Me presento: mi nombre es Joaquín, y me dispongo a sustraerle (contra su voluntad y las leyes) cualquier objeto de valor que ataña a mi interés."
A lo cual no pude menos que responder desconcertado:- "Y... dígame, por favor, Joaquín... ¿Qué me movería a permitírselo."
Su explicación me pareció una de las respuestas más ingeniosas que quepan concebirse para una situación semejante:- "Bueno, mi buen señor, eso es sencillo: en este singularísimo lugar se ha conseguido abolir la violencia del modo más efectivo y paradójico; a saber, cada acto que sea visto como violento es castigado con la peor brutalidad que imaginarse pueda y, para preservar las buenas costumbres, hacen otro tanto con la insolencia."
Cediendo a un impulso, decidí continuar el diálogo:- "Debo reconocer que me deja azorado, Joaquín, pero... ¿Por ventura hay, acaso, algún tipo de control que, en medio de éste parque, me evite ser descortés con usted, negarle su pedido y usar la fuerza?"
Joaquín:- "Oh, sí, estimadísimo caballero. No hay posibilidad de escapar al control de la Autoridad. Pareciera que se enteran por el sonido del viento..."
Yo:- "Ya veo... Sea, pues, y tome aquello que considere oportuno. Además, es difícil no acceder a tan considerado pedido."
Joaquín:- "Muchas gracias, noble varón. Lamento más haberle robado su tiempo que su dinero. Tenga usted, nuevamente, muy buenas tardes."
Yo:- "Buenas tardes, Joaquín. Que goce de una fructífera noche."
Seguí mi camino hasta la estación de Devoto. Como Joaquín no sacó ninguna de las monedas que llevaba aleatoriamente en mis bolsillos, pude tomar el tren. Conjeturé que la historia era demasiado inverosímil para la policía y que el hábil ladrón metafísico sólo se quedó con un poco de un tiempo que yo mismo ya creía perdido... El viaje se esfumó en medio de reflexiones sobre cómo desarrollar la trama de una historia inviable.