domingo, 29 de noviembre de 2009

Otro final para el Quixote

Yacía Alonso Quijano sobre su cama. La fiebre y el dolor le dieron una tregua que lo transportó a un cálido sueño. Tras despertarse, nuestro héroe se sintió sano y fuerte como para levantarse del lecho y ataviarse en busca de una nueva aventura. Púsose los pertrechos y mandó a Sancho a ensillar a su buen Rosinante. Éste último, una vez que hubo cumplido su tarea, se dispuso a seguir a su repuesto amo en pos del honor, del oro y de la ínsula...
Acaso Don Quijote no lo notara, pero después de alejarse de su casa, camino a las afueras del pueblo, Sancho Panza lo seguía por un lado y un negro jinete lo seguía por el otro. Al trasponer la entrada de la ciudad, y dar media vuelta para una nueva despedida, el Caballero de la Triste Figura nota a quienes parecían seguirlo. El fiel escudero instó a su jumento a ponerse a la par de su amo, quien lo miró una benevolente sonrisa.
Por su parte, el parsimonioso caballero vestido y encapuchado de negro les da alcance a su momento y, al pasar junto a ellos, le pregunta a Don Quijote:
Encapuchado: - "¿Es Ud. Don Quijote de la Mancha, conocido como "El Caballero de la Triste Figura"?"
Don Quijote: - "Así es, noble señor... ¿Me permite conocer el nombre y alcurnia de quien desea saberlo?"
Encapuchado: -"Pero, oh Valiente Caballero, ya lo sabéis. Es más, has esperado este encuentro desde la primera vez que traspusiste estas puertas con la armadura puesta."
Don Quijote: -"Ya veo... Entonces, eres mi mortal y renombrado enemigo, aquel que no soporta el brillo de mis hazañas ni el valor de mi brazo."
Encapuchado: -"Así es. Vengo a retaros a un duelo, para probar que vos mentís y que no sois el más fuerte entre los caballeros andantes."
Don Quijote: -"Como me veo obligado a aceptar vuestro desafío, me veré obligado a haceros retractar de lo dicho, señor."
Encapuchado: -"En ese acaso, que sea aquí y ahora, y que toda la Mancha que os vio nacer sepa que su paladín fue caído a las puertas de su cuna."
Don Quijote: -"¡Sancho, detén mi brazo cuando esté por excederme con este hablador! ¡Y, por favor, da la orden para la justa más memorable que la historia de la caballería andante pueda registrar!"
Ambos, Don Quijote y el Caballero de Negro, espolearon sus monturas hasta que se vieron separados por una distancia que juzgaron la apropiada. El primero tomó su oxidada lanza y su viejo escudo, dispuesto a cargar con toda su furia apenas fuere dada la orden. El segundo, sin mostrar que la tranquilidad flaquease frente a tan temible adversario, se quitó la capa y la capucha que lo cubrían, e hizo relucir bajo el sol de la tarde una armadura cuya negrura hubiese opacado a la misma noche. El escudo y la lanza, de idénticas dignidades, no poseían distintivos que revelaran nombre, casa o alcurnia.
Sancho Panza empezó a temer por la suerte de su amo, al notar que el rival poseía mucha más compostura, y quiso instarlo a no entrar en combate. Mas la visible impaciencia del Caballero de la Triste Figura, y sus anteriores andanzas concluidas con la supervivencia de su señor, fueron sopesadas por el escudero como motivos suficientes para no contrariar los deseos de Don Quijote.
En cuanto la orden del escudero rasgo el cielo vespertino, ambos jinetes espolearon a sus corceles, que parecían volar, a pesar del peso de los pertrechos de guerra. Y, aunque el viejo Rocinante hizo su mejor carrera, y Don Quijote se sostuvo con una firmeza que hizo olvidar su anterior estado, el Caballero de Negro dio por tierra con él y con su cuarta salida de la ciudad. El golpe recibido por el Caballero de la Triste Figura fue letal, y no sólo para su orgullo...
Sancho, petrificado por el miedo, no se atrevía a acercarse a su amo. El Caballero de Negro, volviendo indemne, detuvo su corcel junto al caído y se desmontó. Llegando hasta el oído de nuestro maltrecho paladín, le susurró:
Caballero de Negro: -"Habéis triunfado, pues es el final que merece un varón poseedor de tanta nobleza."
Y Don Quijote, habiendo comprendido, dijo en voz alta:
Don Quijote: -"Oh, mi bella Dulcinea, muero con el semblante hacia Toboso, tu tierra, habiendo defendido orgulloso tu honor y tu belleza."
Tras éstos tristes acontecimientos, espiró el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, conocido como el Caballero de la Triste Figura, en el campo del honor y la verdad. Tras éstos tristes acontecimientos espiró Alonso Quijano, el Bueno, en su lecho, rodeado de familiares, amigos y un escribano frente al cual abominó de todos los libros de caballería...

domingo, 22 de noviembre de 2009

Confesión esteparia

Vanas vivencias que buscan desasirse de la conciencia;
buscas tu interés en una imposible [in]determinación.
Tristes palabras mellan una escapada difícil
e infieles pensamientos afloran
contradictorios, no queridos, infelizmente simultáneos.
Un viejo hombre tenía un raro zahir,
pero era un temor reverencial y admirante.
Quieres un enemigo, quieres una némesis:
al final, sólo quieres un poco de respeto.
¿Tan dostoievskiana se ha vuelto tu vida?
¿Tan ausente te encuentras en ti mismo,
que te escapas hacia ser infinitas máscaras?
Cada voz que te alcanza se ha vuelto hastío,
Cada color toma un tono frío.
Último camino, la actuación;
última senda, la mentira;
último ser, el hipócrita;
último fetiche, la vida [real].

domingo, 15 de noviembre de 2009

Aquel raro dios berkeliano

La obra del obispo Berkeley tiene una característica que resulta mucho más llamativa que la metafísica en ella expuesta (metafísica que, según Hume, es tanto más inútil, porque el absolutamente irrefutable). Él deduce la infinita bondad del Supremo Espíritu de la regularidad y la belleza de la Naturaleza. Sin embargo, se nos aparece como algo harto singular suponer que, porque hay belleza y regularidad, hay bondad (parece la inversión metodológica del axioma criminalístico "monstrum in fronte; monstrum in animus"); a ésta bondad, le suma la omnisapiensa y la omnipresencia.
El buen inglés nos dice que todos somos espíritus (almas) que sentimos en función de la capacidad de estímulo de otros espíritus. De la tesis anterior deriva que la regularidad, la intensidad y la belleza de nuestras percepciones deben (necesariamente) provenir de un Ser Supremo dotado de capacidades infinitas (porque la casualidad jamás podría tanto...). Como dijimos anteriormente, toda la construcción teórica berkeliana es absolutamente indemostrable; mas semejantes suposiciones arrastran una serie de consecuencias interesantes...
Primero, en virtud de la propia teoría que postula Berkeley, la omnipotencia es una característica que no es en absoluto necesaria para sostener su sistema: le basta con la idea algo más débil (y justamente por ello más rica) de un ser lo suficientemente poderoso como para estimular esas sensaciones en los seres espirituales. Entonces, en lugar de un Dios que todo lo puede, tenemos la posibilidad de postular un espíritu parcialmente potente, neurótico e irónico... ¿No es esto señal de que éste simpático paladín de la iglesia quería dominar el universo, creándolo a su imagen y semejanza?
Segundo, tanto la bondad como la maldad son cuestiones de apreciación desde un sistema de valores que ha sido prefijado. Por lo tanto, alguien debería haber dictado que existe EL sistema de valores inalterables que Dios habrá de seguir; una tabla de valores que posea esas características sólo podría haber sido escrita por Dios y, por lo tanto, sería fruto de su divina voluntad. Ahora bien, para poder ser sumamente bueno, según una idea que se poseía de cómo serlo, no se necesita la bondad absoluta, sino la coherencia absoluta... De ello se sigue que los seres humanos, además de no poder probar o refutar el sistema ontológico de Berkeley, tampoco podemos discutir su sistema ético: cualquier Dios que sea capaz de seguir sus propias ideas de lo que es bueno será, por definición, absolutamente bueno... Esto es tan lógico que, según parece, el Bien se sigue de la Madre Lógica. ¿Semejante consecuencia no es producto de una necesidad de control absoluta y "more geométrica", apoyada más en la Razón que en algún tipo de dios?
Tercero, la hipótesis del Dios Irónico o (como lo llamó un francés que meditó seis días fumando opio) un Genio Maligno no puede ser desplazada por un argumento de tipo solipsista (ya se apoye en un minucioso examen de nuestros sentidos, o de nuesrta razón). A partir de los criterios que propone Berkeley, se puede pensar que el Dios no es bondadoso, sino que es una criatura sumamente inteligente (y por ello está sumamente aburrido), y que su diversión ha sido crear espíritus a los cuales estimular con dosis ínfimas de belleza, para luego exaltar su dolor. Si bien el pensamiento es post – kafkiano y post – dostoievskiano, queda claro que la reducción de la fuerza y la bondad de ese Dios es, también, una reducción de la ingenuidad y de la pretensión de definir claramente a un ser que estaría "infinitamente" por sobre los seres que tratan de definirlo... Entonces, ¿no muestra esto en forma palmaria que dioses y universos son artificios humanizados y esclavizados por nuestra Voluntad de Saber?

domingo, 8 de noviembre de 2009

Una ironía

Quien quiera conocer (aunque sea por breves momentos) las conductas de las personas, se verá considerablemente ayudado en la tarea si se dedica a observar el comportamiento de las frases y sentencias que liberan de imprevisto. De todo el inmenso catálogo de "decires", me permito sugerir que los más simpáticos de entre ellos son las ironías: son pequeñas, pero llamativas; tienen la extraña inocencia de los niños que son capaces de jugar con todo, [por no gustar de la distinción entre correcto e incorrecto]; y sus colores variopintos se adaptan a la situación en que ven la luz. Prefiero comentar una anécdota puntual, pues las ironías poseen, además, la singular cualidad de que muy pocas veces se comportan de la misma manera (y, en general, su modo de desenvolverse dista de la homogeneidad).
Ayer se me escapó una ironía y, libremente, se puso a jugar con las opiniones de quienes estaban alrededor. Se movía libre, plena e inescrupulosa, poniéndolas cabeza abajo. Los rostros desconcertados de los presentes eran el vivo retrato de la incomodidad que los revoloteos de la fugitiva les provocaba, y más de uno me dirigió una mirada poco amistosa.
En mi mente dos sensaciones contrapuestas encontraron un idóneo campo de batalla: por un lado, salir a cazar la ironía y detenerla, reemplazándola por una deseable conciliación; por el otro, dejarla retozar alegremente y disfrutar con ella del espectáculo. Si un observador atento se situara ante mí en esos momentos, notaría que una mirada vacía le da la ocasión de contemplar, entreviéndolos, a los contendientes del singular duelo. Mientras tanto, mi ironía seguía dando rienda suelta a su estilo jocoso...
Ya no percibía mi entorno, tan absorto como estaba en la lucha que me transcurría. Si bien mi interés radicaba en verme con una inverosímil imparcialidad, no pude dejar de prestarle (involuntariamente) mis fuerzas a uno de esos sentimientos y permití que [me] ganara la pasión por dejar libre a mi ironía. Cuando los demás lo notaron, levantaron sus volteadas opiniones y se retiraron ofendidos. He de conceder que la actitud de los presentes fue sumamente compresible, mas mi pobre ironía, triste y sin compañeros de juego, me dirigió una mirada desorientada.
Afortunadamente, a lontananza, vi otra pequeña ironía que también buscaba cómo entretenerse. Su dueño, recorría la ausencia que le circundaba de un modo distraído e impersonal. Justamente eso (aunque suene paradójico) fue lo que permitió que nos advirtiésemos. Con gran placer, y sólo en ese momento, cuando ya no había nadie, las ironías pudieron reconocerse y sus dueños pudieron hablar abominando de aquellos incómodos convencionalismos sociales.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Visiones de una tarde gris

Grisea el azulado amarillento vespertino,
cae imperturbable un múltiple acuoso plateado
y se contagia a todo pensar
de la sencillez infinita del transcurrir.

Se refleja en refulgir mirante armonioso,
capaz de opacar cualquier destellante blanquecino
y devolverle moviente latir al existir viviente.

Un enorme abovedado aúreo
que nubla cualquier razonar,
traslada a un soñar que se tiñe de escarlata
ante su cíclico aparecer.

Obtiene así eternizante, rampante y desaforado elucubrar,
en medio del atrayente y embriagador,
dulce e impredecible torturar.