domingo, 8 de noviembre de 2009

Una ironía

Quien quiera conocer (aunque sea por breves momentos) las conductas de las personas, se verá considerablemente ayudado en la tarea si se dedica a observar el comportamiento de las frases y sentencias que liberan de imprevisto. De todo el inmenso catálogo de "decires", me permito sugerir que los más simpáticos de entre ellos son las ironías: son pequeñas, pero llamativas; tienen la extraña inocencia de los niños que son capaces de jugar con todo, [por no gustar de la distinción entre correcto e incorrecto]; y sus colores variopintos se adaptan a la situación en que ven la luz. Prefiero comentar una anécdota puntual, pues las ironías poseen, además, la singular cualidad de que muy pocas veces se comportan de la misma manera (y, en general, su modo de desenvolverse dista de la homogeneidad).
Ayer se me escapó una ironía y, libremente, se puso a jugar con las opiniones de quienes estaban alrededor. Se movía libre, plena e inescrupulosa, poniéndolas cabeza abajo. Los rostros desconcertados de los presentes eran el vivo retrato de la incomodidad que los revoloteos de la fugitiva les provocaba, y más de uno me dirigió una mirada poco amistosa.
En mi mente dos sensaciones contrapuestas encontraron un idóneo campo de batalla: por un lado, salir a cazar la ironía y detenerla, reemplazándola por una deseable conciliación; por el otro, dejarla retozar alegremente y disfrutar con ella del espectáculo. Si un observador atento se situara ante mí en esos momentos, notaría que una mirada vacía le da la ocasión de contemplar, entreviéndolos, a los contendientes del singular duelo. Mientras tanto, mi ironía seguía dando rienda suelta a su estilo jocoso...
Ya no percibía mi entorno, tan absorto como estaba en la lucha que me transcurría. Si bien mi interés radicaba en verme con una inverosímil imparcialidad, no pude dejar de prestarle (involuntariamente) mis fuerzas a uno de esos sentimientos y permití que [me] ganara la pasión por dejar libre a mi ironía. Cuando los demás lo notaron, levantaron sus volteadas opiniones y se retiraron ofendidos. He de conceder que la actitud de los presentes fue sumamente compresible, mas mi pobre ironía, triste y sin compañeros de juego, me dirigió una mirada desorientada.
Afortunadamente, a lontananza, vi otra pequeña ironía que también buscaba cómo entretenerse. Su dueño, recorría la ausencia que le circundaba de un modo distraído e impersonal. Justamente eso (aunque suene paradójico) fue lo que permitió que nos advirtiésemos. Con gran placer, y sólo en ese momento, cuando ya no había nadie, las ironías pudieron reconocerse y sus dueños pudieron hablar abominando de aquellos incómodos convencionalismos sociales.

1 comentario:

  1. Deja retozar a la jocosa ironía! Que haga jaleo y retoce por donde se le antoje. Q pinche, que moleste, que intente llamar la atención punteando el hombro de una convencionalidad con el dedo, una y otra vez. poc poc poc poc.... Si despues se aburre, tengo un jardin de contradicciones que quizá le interesen.

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